14.6.08

Una Trampa perfecta (Investigación III)

Una trampa perfecta

Pero la actual negativa de algunos familiares por conocer la verdadera causa de la desaparición de estos emerretistas, es sólo un aspecto del gran matiz de dificultades que se oponen al reconocimiento de la verdad de los hechos. Las deliberadas trabas puestas por el gobierno fujimorista en aquellos años, han dejado su marca hasta el día de hoy. “Se cambió e incluso no se colocó identidades, hubo un plan de dispersión de restos en varios cementerios en Lima, al no ser tantos eso les dio la facilidad de dispersarlos con mucha mayor eficacia”, asegura Carlos Rivera del IDL.

Nemesia Pedraza, madre de Víctor Peceros, uno de los captores fallecidos al interior de la residencia, recuerda haber tenido que esperar 5 años para confirmar que un montón de restos irreconocibles pertenecían a su hijo. “La Cruz Roja vino a mi casa un día, hace más o menos dos años, me dijeron queremos que viajes a Lima, tu hijo ha muerto ahí en la embajada. Hemos viajado con mi esposo, nos han sacado sangre y después de 5 años ya me dijeron que sí era mi hijo”.

De igual modo Eligia Rodríguez, madre de la “Gringa” Luz Dina Villoslada afirma haber recibido excusas absurdas por parte de las autoridades el día que acudió al hospital de la Policía a reclamar el cuerpo de su hija. Uno de los requisitos para la entrega del cuerpo fue presentar la partida de nacimiento, una exigencia imposible de cumplir para la madre de una joven nacida en la selva y que carecía de documentación alguna. Sólo pudo reconocer el cadáver de su hija 5 años después.

Pero además de las excusas existieron engaños premeditados que lograron despistar a los familiares. La Policía le había comunicado a Eligia que los restos de su hija se encontraban en el cementerio de Pamplona Alta en San Juan de Miraflores. Luego, la prensa japonesa hizo su aparición asegurándole que la “Gringa” había sido enterrada en el cementerio de Lurín, a donde Eligia acudió, para darse cuenta del engaño después de varias horas de búsqueda. “Encontramos el supuesto nicho, todo viejo, lleno de polvo y telas de araña, ahí le habían marcado encima NN 12, pero jamás me iban a poder engañar, ese nicho no era reciente, no podía tener 15 días”.

Acciones como estas revelan la verdadera intención del Gobierno fujimorista en esos años. Su objetivo central apunta al ocultamiento, a la confusión y al entorpecimiento de las investigaciones con respecto a las identidades de los captores. El Gobierno no encontró mejor forma de protegerse de las acusaciones por ejecuciones extrajudiciales que se avizoraban, o por lo menos retardarlas varios años, que realizar acciones de inteligencia orientadas a crear tal nivel de confusión.

La estrategia de inteligencia utilizada por esos años jugó un papel fundamental en la falta de esclarecimiento que hoy existe en esta historia. Carlos Rivera del IDL menciona que la clave está en la evolución que vivió la estrategia contra subversiva por esos años. “Se pasa de la estrategia militar de tierra rasada, a una estrategia justamente de identificación de los subversivos para eliminarlos. Creo que si la retoma se hubiera presentado en junio del 86 como fue la matanza del Frontón, me imagino que el desenlace habría sido el mismo, matar a todos, rehenes o captores. Pero en el 96 ya habían aprendido”.

Del otro lado de la historia, las fuerzas subversivas respondieron a la estrategia del Gobierno con mecanismos establecidos para proteger su integridad. Uno de ellos fue el sistema compartimentado de información, el cual primó en el grupo de Sendero Luminoso pero también fue modo de subsistencia del MRTA. Los emerretistas eran dispersados en diferentes frentes de combate y recibían un seudónimo distinto a medida que participaban de acciones subversivas. En las reuniones importantes debían usar pasamontañas y sabían que era peligroso conocer los verdaderos nombres de sus compañeros.

“Nosotros no podíamos saber el nombre verdadero, ¿para qué?, eso no era importante. Además era inseguro saberlo, quizá al ser capturado, interrogado y torturado uno podía soltarlo. Nadie sabe hasta qué punto puede resistir la tortura para no delatar a un compañero…Allá en la montaña desde chiquititos no se sabe el nombre, con seudónimo no más”.

Lamentablemente este sistema compartimentado, que muchas veces logró mantener en la clandestinidad los nombres y poner a salvo a los subversivos, jugó en contra de ellos aquel 22 de abril. La confusión de identidades imperante dentro de la célula emerretista funcionó como una trampa perfecta, que sumada a la clara intención del Gobierno de dificultar las investigaciones, dio como fruto lo que hoy conocemos como versión oficial: una lista incompleta, con nombres y apellidos aún cuestionables y un real desconocimiento de la verdadera identidad, es decir de la historia, de aquellos captores.

Una historia sin memoria

A diez años de la toma de la residencia del embajador japonés en Lima, corremos el riesgo de ser víctimas de la enfermedad de la indiferencia ante la impunidad, de la pérdida de la memoria. Para Carlos Rivera del IDL la memoria es algo que siempre debe estar presente y es en definitiva uno de los fundamentos que nos permite ser libres y reivindicar nuestros derechos. “La importancia de la memoria colectiva la da el hecho de que aunque sean dos, tres o una persona la que se ha ejecutado extrajudicialmente, es en sí una persona humana, es un ser que tiene una historia, provenga de donde provenga; y su caso merece justicia”.

Lo cierto es que actualmente existe un proceso judicial que a pesar de haber tenido muchos problemas en su haber continúa en marcha. Este proceso de descubrimiento de la verdad de los hechos implica el reconocimiento de que fueron catorce los captores que tomaron la residencia, permanecieron 126 días allí y luego fueron muertos. Y aún cuando es conocido que un crimen no es más ni menos imputable por el hecho de tratarse de un NN o de una persona con nombre y apellido, estos casos corren el riesgo de ser olvidados.

Es preciso que la historia y sus hechos sean escritos y registrados como realmente se dieron, con protagonistas definidos que estuvieron ahí y que cometieron abusos, que violaron el derecho a la libertad de 72 personas pero que finalmente existieron, tuvieron un nombre, un apellido, familiares y amigos; y murieron en circunstancias no esclarecidas. De lo contrario, sus historias se irán borrando y esto implicará finalmente que el delito mismo se diluya y pierda la importancia que cualquier violación contra los Derechos Humanos merece.
Hoy, estos protagonistas yacen muertos esparcidos en diversos cementerios de Lima; mientras que, del otro lado de la historia, los personajes aún con vida permanecen en un profundo silencio, confiados en que las catorce víctimas pasen al olvido, como fantasmas actores de una leyenda que sucedió hace diez años y en la que aún no se puede estar seguro de nada.

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El Fantasma del Penal (Investigación II)

El Fantasma del Penal

Pero ¿cuál es la verdadera historia de estas personas que ingresaron a la residencia armadas hasta los dientes y que no salieron de ahí sino muertas? Que la mayoría era menor de edad, ha sido confirmado por familiares, dirigentes emerretistas, ex rehenes e incluso por amigos muy cercanos de los fallecidos. Que la mayoría era proveniente de la selva central, también es dato conocido. Mientras se va intentado reconstruir la identidad de estas personas, los nombres y apellidos continúan entremezclándose.

El año 1997 el programa periodístico “Contrapunto” emitió un reportaje exclusivo preparado por el periodista Carlos Paredes, en el que aparecía una anciana que se hacía llamar Gabina Dalar. Ella afirmaba que su hijo Gilbert Doroteo Ticona había sido muerto en la residencia aquel 22 de abril. Todo apuntaba a que se trataba de uno de los nombres faltantes en la lista de la CVR. Sin embargo, Gilbert Doroteo Ticona quien en verdad es Gilbet César Lama Barrera, come, duerme y pasa sus días deambulando en el pabellón 5A del penal Castro Castro desde hace diez años. Algunos le dicen fantasma y él sonríe ante lo que llama “equivocación de la prensa que lo dio por muerto”.

Gilbert tiene 29 años y la confusión de su nombre provino del apellido de su madre, Barrera Ticona. Hoy, la noticia de su muerte permanece publicada en Internet en el diario español El País Digital, el cual reprodujo la información de “Contrapunto”. A él no le molesta que algunos crean que está muerto y confiesa que la casualidad de una enfermedad le salvó la vida, convirtiéndolo en “inapto” para participar de la toma aquel diciembre del 96. Luego de diez años del incidente, si todo sale como él espera, en noviembre de este mismo año estará nuevamente libre.

El pabellón 5A de Castro Castro alberga también a otros dos emerretistas amigos de Gilbert, quienes junto con él afirman haber conocido a los captores de esta historia. Rider Arévalo y Edgar Peter se animan a contar algunas anécdotas sobre ellos. “Hay uno que entró a la embajada que era mi amigo, buena persona era, pero siempre andaba con la misma ropa, ‘cochinín’ le decían”. A pesar de la franqueza de sus declaraciones, la consulta sobre el tema de identidades recibe una respuesta inminente: “nunca conocimos sus verdaderos nombres, fueron nuestros amigos y siempre los conocimos por seudónimos”.

La confrontación con los datos recogidos de fuentes documentales anima a Rider a confirmar algunos de los nombres que aparecen en la lista de la CVR: Adolfo Trigoso, Bosco Honorato Salas y Artemio Shingari. Por otro lado, Edgar, su compañero de celda, señala un par de nombres más que se le hacen familiares: Iván Meza Espíritu y Alejandro Huamaní Contreras, también listados por la CVR. Del resto, nadie recuerda nombres pero sí edades y lugares de procedencia, que no coinciden con los datos encontrados en las investigaciones hasta el momento.

Gilbert por su parte revela que uno de los captores no identificados respondía al seudónimo de “Alex”, lo que coincide con el testimonio de miembros de APRODEVIL. “Alex” habría vivido en San Juan Perené y habría muerto siendo menor de edad. El recluso afirma además que conoció al segundo de los no identificados, su seudónimo sería “Juan Carlos”, habría vivido en Nueva Esperanza en el Alto Yurinaqui y habría muerto a los 18 años.


“Los nombres no se van a saber”

Para este grupo de emerretistas el intento por reconstruir la lista de los catorce captores y conocer sus verdaderos nombres es inútil. “Ni nosotros mismos estamos seguros de todas las identidades. Para nosotros bastaba el seudónimo, los nombres no se van a saber”. En medio de la conversación Gilbert elabora en un papel su propia lista de los catorce, tal y como los conoció: “Elena, Melisa, David, Lagarto, Chen, Lucas, Tom, Tarac, Yacer, Aderli, Hugo, Deyvis o Bebé, Cerpa y Peceros”.

Algunas versiones de amigos y familiares van coincidiendo, pero la mayoría de los nombres mencionados por los internos de Castro Castro y listados por la CVR no están inscritos en el Registro Nacional de Identificación y Estado Civil (RENIEC), lo cual los hace menos comprobables. Esto se debe principalmente a que, a excepción de los cabecillas, la mayoría no pasaba de los 18 ó 19 años y procedía de la selva central. Según los testimonios, el menor de los captores se hacía llamar “Deivis” o “Bebé” y tenía sólo 15 años cuando ingresó a la residencia.

El testimonio ofrecido por Rosa Cárdenas, miembro de APRODEVIL y esposa del cuñado del líder emerretista fallecido en la retoma Néstor Cérpa Cartolini, parecía revelar datos más concretos. Ella aseguró que uno de los dos captores listados como NN por la CVR, nació en Chimbote y tuvo como vecina a Victoria Salgado Ávila, una ex reclusa que actualmente vive en aquella ciudad. No obstante, ante tal cuestionamiento, Salgado se mostró reticente y negó haber sido vecina de alguno de los captores, pero recordó haber conocido a uno de ellos de senónimo “Camilo”.

Parece no haber verdades irrefutables ni versiones oficiales en esta historia. La confusión se nutre hoy de un nuevo elemento que dificulta el descubrimiento de las identidades de los captores, y este es el deseo de sus propios familiares de recordarlos como desaparecidos antes que verlos como los emerretistas causantes de una toma de rehenes de tal envergadura. Rosa Cárdenas, comenta que “a pesar de las minuciosas investigaciones realizadas por funcionarios de la Cruz Roja Internacional, son los familiares quienes piden que no se hable más del tema”.

Cárdenas revela además que durante los años siguientes a la retoma la Cruz Roja Internacional decidió instalar campamentos en la selva central, cerca de las comunidades supuestamente habitadas por los familiares directos de los captores. Este acercamiento habría permitido a la Cruz Roja convivir con los pobladores e ir rastreando información hasta obtener datos sobre las identidades. “Su investigación duró años”-comenta- “y una vez nos dijeron que habían encontrado datos, pero que los familiares mismos querían ocultarlos y que jamás se iban a saber”.

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Tras la historia de los Catorce (Investigación I)

Catalogada internacionalmente como una de las acciones militares más exitosas por su prolijidad y bajo costo de vidas humanas, el operativo Chavín de Huántar, a diez años de su ejecución, ha dejado en algunos la satisfacción de una estrategia de inteligencia que salvó a familiares y amigos, mientras que en otros sólo ha dejado la impotencia de un proceso inacabado, lleno de vacíos, peguntas y nombres por descubrir.

Hoy, a una década del operativo, las identidades de nueve de las catorce personas que tomaron por asalto la residencia del embajador japonés en Lima, Morihisa Aoki, en diciembre del 96; continúan siendo inciertas. Para Carlos Rivera, abogado del Instituto de Defensa Legal (IDL), conocer las identidades de estas personas es un tema que debe considerarse independientemente del éxito público de la situación que se vivió. “La grandiosidad otorgada al operativo ha funcionado como un obstáculo para el descubrimiento de los hechos, restándole importancia a un proceso fundamental y necesario como es el reconocer quiénes fueron los captores”.

Ni la Justicia, ni la prensa, ni los mismos protagonistas coinciden. Nombres, seudónimos, edades, lugares de procedencia; no hay nada que pueda afirmarse tajantemente. El propio Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) publicado el 2003 ofrece una lista con los nombres de sólo 12 de los 14 emerretistas que murieron en la retoma, algunos de los cuales no concuerdan con las versiones de familiares, de dirigentes emerretistas ni con los datos expuestos en programas periodísticos y publicados en libros y diarios.

“Rehén voluntario”, libro escrito el año 97 por el ex rehén Juan Julio Wicht, es un retrato de la confusión imperante. El libro cuenta acerca de una asustada chiquilla de nombre Giovanna Vila Plascencia que cumplía el rol de captora y que murió al interior de la residencia durante el operativo. Sin embargo, según el emerretista Rider Arébalo quien purga condena en el penal Castro Castro, Giovanna vive en la selva y no participó de la toma. Él afirma que “Giovanna estaba embarazada, por eso no entró a la residencia pero la prensa creyó que sí y se creó la historia de que una de las captoras estaba embarazada”.

Así de incierto resulta el caso de María Hoyos Terraza, quien figura en la lista de fallecidos de la propia Asociación por la Defensa y Liberación de los Presos Políticos del MRTA (APRODEVIL), pero a quien sus compañeros internos en el penal Castro Castro aseguran con vida. Ellos afirman que María vive con su familia en la selva central y que jamás participó de la incursión emerretista; sin embargo, en aquella relación de fallecidos su nombre está escrito al lado del alias “Melissa”.

Pero el desconcierto ha trascendido los documentos y se ha instalado en la memoria de muchas personas. Eligia Rodríguez, madre de la emerretista fallecida Luz Dina Villoslada (a) “Gringa”, cuenta con indignación cómo a pesar de haber reconocido públicamente a su hija, aún hoy es confundida. “En la conmemoración del 22 de abril de este año llamaron en voz alta a los catorce, a mi hija la llamaron por varios nombres. Hasta ahora muchos no saben y creen que fue otra: Yo siempre repito, ella se llama Luz Dina Villoslada Rodríguez y sí estuvo en la embajada”.

Para Eligia esta falta de esclarecimiento no sólo está en el nombre de su hija sino además en su paradero. Ella asegura que sus “paisanos” vieron con vida a la “Gringa” en la selva central días después de la retoma, acompañada de dos emerretistas más y un grupo de fuerzas policiales. Aún cuando la prueba de ADN resultó positiva y se reconoció el cuerpo de su hija, nadie puede sacarle de la cabeza a Eligia la versión de sus paisanos: Luz Dina no habría muerto aquel 22 de abril, sino que habría sido conducida a la selva para que reconociera a remanentes emerretistas.

“Hay una persona que me ha mandado decir con mi paisano que no llore por mi hija, que a mi hija la tienen viva. Un día, después de lo de la residencia, al medio día, mi hija ha llegado a la casa de esta persona, acompañada de cinco hombres diciendo que los habían llevado con helicóptero para reconocer a emerretistas”.

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15.7.07

Visita a Santa Mónica (Parte I)

Había conseguido una falda prestada, nunca me gustó usarlas y no tenía ni una sola en el armario. Esas eran las normas del lugar: ingresar usando falda, no minifaldas, no escotes, no zapatos altos, no capuchas, nada color negro o rojo. Pensé que algunas de estas indicaciones podrían tener sentido teniendo en cuenta el contexto del lugar, sin embargo otras se me hacían absurdas. Luego comprendería el porqué del “no negro no rojo”: eran los colores del MRTA.

Ingresé al penal de mujeres de máxima seguridad de Chorrillos cerca de las 12:30 del día. Luego de dar el primer paso, el grueso portón de metal se cerró y tuve esa extraña sensación de arrepentimiento que podría embargar a un niño frente a la montaña rusa con el boleto entre las manos. Me habían hecho todo tipo de advertencias, recomendaciones y comentarios sobre la realidad que encontraría en un lugar como ese, en un pabellón en donde viven recluidas, acusadas de terrorismo, dirigentes y militantes del MRTA y Sendero Luminoso.

El nerviosismo al momento de la minuciosa revisión era inminente. Desde los bolsillos hasta cada carné dentro de la billetera. Para mi mala suerte, algunas de mis pertenencias fueron catalogadas como prohibidas, celular, llaves, carnés y una capucha. Ante la negativa y el gesto intransigente de la custodia no me quedó otra que dejar mis cosas en una tienda de abarrotes cercana al penal y confiar en la palabra de un joven tendero a quien nunca antes había visto.

Caminé de vuelta al penal intentando convencerme de que el rostro del tendero realmente me había inspirado confianza. Pensando en ello, pasé por una última revisión y se me abrió un portón de metal del que colgaba un candado cuyas dimensiones no había imaginado. Mi bolso se sintió ligero, sólo logré pasar tres cosas: una libreta, un lapicero y una bolsita con frutas, pues la visita no debe llegar con las manos vacías.

Un sello en mi muñeca derecha indicaba mi destino: “Pabellón A”. Ese era el primer pabellón a la vista, por lo que no fue difícil encontrarlo. Luego de la presentación y el saludo a la carcelera, ésta tiró del cerrojo y empujó la pesada reja, que aún no se terminaba de abrir cuando oí una voz: “Visita para Nancy Gilvonio”. Entonces se puso de pie la esposa de Néstor Cerpa Cartolini, otrora líder del MRTA. Ingresé al patio de visitas y el nerviosismo se desvaneció de pronto, se convirtió en una mezcla de curiosidad y compasión que no logro definir aún.

Allí estaba Nancy, la saludé y le entregué la bolsa de fruta sin decir una palabra, en un acto casi inconciente producto de mi asombro al verla tan frágil, con la mirada perdida intentando ser amable y notoriamente agradecida por la visita. La noche anterior había imaginado a la esposa de Cerpa Cartolini, como una señora algo mayor, descuidada, de mirada dura y resentida. Lo que encontré allí desvirtuaba todo tipo de preconceptos.

Nancy Gilvonio Conde, fue apresada en 1995, durante la frustrada toma del Congreso de la República por parte de miembros del MRTA. Cuando la vi, Nancy llevaba ya 12 años presa. Su mirada vacía y su rostro reflejaban no sólo ese largo encierro sino los maltratos y la crudeza en la que vive una mujer que decidió llevar una vida de violencia y clandestinidad, y cuya vehemencia le hizo volcar todo su ser en la lucha armada. Pero, por más que intentaba, no podía imaginarla con un fusil y un pasamontañas.

Luego de entregarle la bolsa con frutas, nos saludamos con la familiaridad que dan un beso en la mejilla y un abrazo moderado. Unos segundos después Nancy me propuso subir a conocer su celda y las de sus compañeras emerretistas, con la confianza de quien te invita a pasar a su casa. Iba por las escaleras y en ese momento cada cosa pequeña se convertía en trascendente, porque estábamos en un penal y porque la mayoría de aquellas mujeres llevaba alrededor de diez años allí. Coches de bebé por todos lados, cuadros pintados por ellas, cerámicas, repisas colmadas de libros, todas estas improvisadas con madera y soga atadas a los barrotes de sus celdas.

El excesivo tiempo libre y el miedo a la inactividad eran algo que saltaba a la vista y se reflejaba en la cantidad de manualidades y adornos que colgaban de los muros. Tratando de convertir los fríos pasillos en una cálida vecindad, habían colocado bancas, cortinas, peluches y cuadros. Un horno eléctrico en el piso, con el cual casi tropiezo, terminaba de cocinar un keke que sería el regalo para una de las compañeras por su cumpleaños. Más adelante, logré captar una imagen que para mí significó la paradoja más triste: un muñeco colgante con una amplia sonrisa se sostenía del pesado candado en la cerradura de una de las celdas.

Desde mi sesgada perspectiva de estudiante limeña que goza de su derecho a la libertad, esas celdas no median más de 2 metros de ancho por 3 de largo, y el delgado colchón sobre los camarotes de cemento no podría causar menos que un dolor crónico de columna. Cada dos reclusas compartían una sola celda con un camarote, tener cada una su propia cama era para ellas suficiente. Antes, en tiempos fujimoristas, esa misma celda había albergado a 6 mujeres, durmiendo dos en cada cama y dos más en el suelo.

Después de esa veloz primera impresión y luego de saludar a algunas compañeras de Nancy, desconocidas para mí, bajamos al patio de visitas. Allí pude conocer a un personaje cuyo nombre se me hacía familiar, era Lucero Cumpa. Yo tenía diez años cuando ella fue capturada, y aún cuando no reconocí su rostro, sí tengo en un nebuloso recuerdo la voz de los noticieros anunciando su captura. Quizá en aquel mes de julio del 93, mientras yo me alistaba para ir al colegio, Lucero era trasladada hacia la Base Naval del Callao.

Nos sentamos en una mesa en el patio, cerca de los tendederos de ropa, de las macetas y de una radio de la cual salía una cumbia que contrastó con la conversación. Lucero tomó asiento al lado de Nancy, frente a mí. Aún cuando inicialmente mi inquietud y mis preguntas estaban orientadas hacia la esposa de Cerpa Cartolini, no pude evitar seguir con atención las palabras de Lucero, que con gran ímpetu comenzó a explicarme las raíces ideológicas del MRTA y las diferencias de éste con Sendero Luminoso. Me sentí en una clase de adoctrinamiento y por un momento ansié contradecir sus palabras en mi mente, en un iluso intento por proteger mis paradigmas éticos.

Comenzó por el maoísmo y terminó por el ché Guevara, renegando del mesianismo de Abimael Guzmán y ensalzando el compañerismo y la apertura de la agrupación de la que un día fue dirigente. “En el MRTA al líder lo hacía el pueblo, no se autoelegía”, me comentó orgullosa, con un brillo en los ojos que estoy segura provenía del recuerdo de aquellos tiempos de libertad. Lucero hizo la mímica de ponerse el pasamontañas y se quedó quieta durante un par de segundos. A partir de ese instante comenzó a revivir los momentos precisos de su última reunión emerretista.

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